Una historia sorprendente ha salido a la luz desde el pequeño pueblo de Nederland, en Colorado: Bredo Morstøl, un noruego nacido en 1900, estuvo congelado en un bloque de hielo durante más de 30 años, como parte de un experimento de criónica llevado a cabo por su nieto.
Morstøl, conocido cariñosamente como “Abuelo Bredo”, murió mientras dormía en 1989 debido a problemas cardiovasculares. Sin embargo, su nieto, Trygve Bauge, tenía planes más ambiciosos para él…
Después de su muerte, los restos fueron inicialmente trasladados a una instalación de criónica en California llamada Trans Time, donde pasó aproximadamente cuatro años sumergido en nitrógeno líquido. Pero Bauge, un entusiasta de la supervivencia, clonación y baños de hielo, decidió construir su propia instalación de criónica en Nederland. Y en 1993, trasladó a su abuelo a un cobertizo equipado con hielo seco, donde el cuerpo permaneció encapsulado en una caja metálica.
La criónica, o la congelación de cadáveres humanos y cerebros para su posible reanimación en el futuro, sigue siendo siendo un campo controversial y experimental. No hay garantías de que el Abuelo Bredo, ni las cientos de personas que han optado por este procedimiento en las mejores circunstancias, vuelvan a respirar, parpadear o pensar. El biólogo estructural británico-americano Venki Ramakrishnan explicó a Popular Mechanics que “tan pronto como una persona muere, sus células comienzan a sufrir una serie de cambios” que complican el proceso de conservación. Ramakrishnan, premio Nobel de Química en 2009, advirtió que la congelación “causa deterioro tisular porque el agua se expande al congelarse y destruye la estructura a su alrededor”.
Información de: Infobae