Inspirados en las competencias verificadas en el siglo VIII A. C. en Grecia, con sede en la ciudad de Olimpia, y formalizados en la era moderna a finales del siglo antepasado, los Juegos Olímpicos se han convertido en la justa deportiva interdisciplinaria más importante y esperada del planeta. Cuatro largos años tienen que pasar para su llegada, ya sea en su versión de verano o de invierno.
No es de extrañarse, por lo tanto, que en estos días la atención mediática y social esté enfocada en París, sede de la trigésima tercera Olimpiada, la cual cuenta con la participación de alrededor de 200 países, con más de 10 mil atletas registrados.
La competencia entre ellos es feroz, la presión hacia los deportistas es enorme. Y cómo no, el orgullo de los países está en juego, sobre todo en aquellos donde existen controversias ideológicas, políticas o económicas.
¿Pero quiénes ganan las competencias? ¿Qué está detrás de cada triunfo? ¿Cuál es la receta del éxito? Creo que, dentro de muchos factores, tres son los principales detrás de cada medalla.
El primero es un factor genético. A lo largo de la evolución, los habitantes de diversas regiones del mundo desarrollaron habilidades y características físicas distintas. Por eso los africanos son muy buenos para correr y los asiáticos para la gimnasia, por mencionar algunos ejemplos. Países con altos niveles de inmigración, como Estados Unidos y Francia, siempre disputan los primeros lugares en el medallero, también por esta razón.
El segundo es un factor institucional. Cuando un país tiene una política deportiva bien definida, invierte en infraestructura y crea los incentivos correctos para sus atletas se nota en su desempeño olímpico.
El tercero es un factor personal, que creo es el más importante. Cuando el deportista está suficientemente motivado, es disciplinado y muestra una actitud altamente competitiva puede lograr lo impensable. Las intensas jornadas de entrenamiento, el trabajo mental permanente, los sacrificios sociales y la constancia hacia el objetivo bien definido, al final de cuentas tendrán su recompensa.
Si queremos más medallas para México, tendremos que trabajar mucho en estos dos últimos factores. Eso nos ayudará a consolidar nuestra imagen mundial y a elevar nuestra autoestima, condiciones muy importantes sin duda.
Pero no debemos olvidar lo más relevante de la Olimpiada: la convivencia pacífica entre naciones. Los Juegos Olímpicos son la fiesta de la unidad mundial. Ojalá siempre fuera así, que pudiéramos dirimir disputas en la cancha en lugar de las trincheras, con raquetas en vez de metralletas.