El municipio de Poanas fue testigo de uno de los episodios más horribles, (esto sucedió durante La Revolución Mexicana), cuando un ferrocarril donde viajaban más de 200 soldados y oficiales además de un enorme cargamento de armas y parque, viajaba sin problema ni peligro hasta que justo antes de llegar a la estación de la Breña,los alzados ya lo esperaban con explosivos suficientes para volar al tren completo, cuando llego al punto acordado detonaron las cargas y la tierra se cimbro por la explosión, el certero ataque se centro en los vagones tripulados por los soldados, muchos de ellos volaron en mil pedazos encontrando una muerte horrible y repentina, mientras otros todavía menos afortunados quedaron mal heridos y agonizantes, muchos con miembros cercenados algunos ciegos y sordos sus ojos se quemaron sus oídos se reventaron, entre alaridos y suplicas se arrastraban alrededor de los despedazados vagones del tren, los alzados se apresuraron a robar el parque y las armas que pudieron tomar, a todos los sobrevivientes que encontraban a su paso los mataban con crueldad aunque ya no representaban ninguna amenaza, los que no murieron bajo el fusil de los enemigos, pasaron horas en terrible agonía arrastrando sus cuerpos mutilados antes de exhalar el último aliento.
Los cuerpos de todos esos hombres pronto fueron pasto de los carroñeros que se dieron un macabro banquete, nadie sabe si algunos soldados aún estaban vivos cuando empezaron a ser devorados quizá sin ser capaces de defenderse, lo cierto es que era tanta la cantidad de muertos que el festín de carroña se extendió por días, desde luego uno de los invitados más puntuales al banquete fueron los perros, que con el fin de evitar competencia con otros animales, se llevaban los trozos de carnes en el hocico hasta donde se sentían seguros para comer y así fue como inicio la pesadilla.
A pesar del escalofriante espectáculo, hubo quien pudo observar que un perro que venía cargando en sus fauces un brazo de alguno de los desafortunados soldado, el miembro aun estaba semi cubierto pues conservaba un jirón del uniforme roto y quemado en el antebrazo y en su muñeca brillaba un destello amarillo de una esclava y en uno de los 3 dedos que conservaba la mano había un anillo de oro coronado con un rubí, ese brazo sin duda perteneció a un oficial, el hombre se acercó al can y tratando de convencerlo con ademanes y cariños de entregarle la presa, pero el perro gruñía débilmente cuando el hombre trataba de tomar con su mano su precioso trofeo, el hombre forcejeo un poco, la ambición le hacía ignorar el hecho que sus manos tomaban un brazo humano, por fin el animal cedió su presa después de ser asustados por el hombre que con desesperación despojaba de las joyas al brazo, mientras el perro no lo perdía de vista y movía su cola y ladraba juguetón, una vez que el individuo tuvo en sus manos la esclava y el anillo, dejo caer el brazo con cínico desdén y el perro se abalanzo de nuevo sobre él y se alejó de prisa para poder devorarlo, por su puesto esta acción no pasó desapercibida por los demás, que disimuladamente empezaron a revisar las demás partes sin ningún éxito, pero ya se había prendido la chispa de la ambición por lo que algunos de ellos disimuladamente se perdieron entre los matorrales con rumbo hacia el lugar de la explosión.
Después de mucho caminar, los primeros pobladores llegaron al lugar y no pudieron evitar sentirse horrorizados por el macabro paisaje, ahí estaba el tren descarrilado, la locomotora yacía sobre un costado lo mismo que el vagón siguiente, 3 vagones siguientes habían volado en pedazos y sus restos estaban sobre la negra marca de la explosión, que había destruido todo incluso la vía, el siguiente vagón estaba quemado y semi destruido el siguiente volteado y los 2 últimos, que eran los que transportaban el arsenal eran los que estaban en mejores condiciones, el golpe había sido perfecto, el tren se destruyó por completo y yacía como un coloso derrotado, los oficiales y el groso de las tropas habían recibido el impacto y muerto despedazados de inmediato.
La ambición de los hombres fue mayor y también ellos se convirtieron en carroñeros, pero no de carne, si no que hurgando entre los cuerpos mutilados buscaron cadenas, anillos, medallas, incluso pudieron encontrar utensilios de plata que seguramente venían en el vagón comedor, poco a poco se acercaron más pobladores y ya sin temor ni mucho menos respeto, en pocas horas peinaron la zona recogiendo cualquier cosa remotamente valiosa.
Debido al estado de guerra en toda la nación, no hubo ningún destacamento militar que fuera a recoger los cuerpos y desde luego los pobladores no se preocuparon por sepultar a los difuntos, pasaron semanas y poco a poco el hedor se disipo y al cabo de los años la vía se reparó, retiraron los restos del ferrocarril, se retomaron las rutas, finalizo la revolución, el país tomo su rumbo y la tragedia, simplemente se olvidó, al igual que muchas otras que sucedieron en ese periodo.
Muchas décadas después, la estación de la breña quedo relegada a solo una parada ocasional, cuando las personas de los poblados aledaños, particularmente las del 18 de agosto necesitaban abordar el tren debían caminar una gran distancia hasta el campamento militar para que ellos se encargaran de hacer la parada al ferrocarril.
Siempre que era necesario tomar el tren la gente procuraba organizarse para no recorrer el trayecto en soledad, había quien prefería andar ese trayecto de día, sin importar las horas que debía esperar en el campamento pues las corridas que pasaban en ese punto eran nocturnas y el trayecto tenía fama de estar embrujado, quizá por la crueldad de la tragedia, quizá por lo repentino de la muerte de tantas personas o por el horrible sufrimiento de los que no murieron de inmediato, o será el castigo por dejar a los cuerpos sin cristiana sepultura, sin que puedan descansar en paz, pero los lugareños, mientras caminaban rumbo a la estación, escuchaban claramente gritos desesperados suplicando ayuda y rogando a Dios terminar con su sufrimiento, conforme avanzaban en medio de la noche, entre los matorrales que estorbaban el improvisado camino, se escuchaban claramente, las suplicas de ayuda, los gemidos lastimeros y los gritos agónicos.
Mientras las personas esperaban el tren se escuchaba a lo lejos el silbato y al poco rato se podía ver el enorme faro en la oscuridad de la noche, conforme se acercaba se escuchaba el sonido de la máquina, la luz se acrecentaba, los militares agitaban sus lámparas, la gente se levantaba de sus improvisados asientos preparaban su equipaje, pero el tren nunca llegaba, cuando llegaba a cierta distancia ya no se acercaba más y al cabo de unos momentos la gente entendía que era el tren fantasma, ese que nunca llego a la estación de la breña, ese que causo cientos de muertes, ese que repite una y otra vez su ultimo y trágico viaje, como si tratara en cada intento evitar la terrible tragedia, muchas veces, muchas personas lo vieron, pero ahora que ya no existe el tren de pasajeros, que muchas de las vías ya se han levantado y las que quedan están en completo abandono, sería muy interesante saber si aún es posible ver al tren fantasma…