En Hermosillo, Sonora, a alrededor de 180 millas de la frontera con Nogales, Arizona, hay diversas leyendas de personas y situaciones de miedo o de terror, que se difunden y comparten por generaciones, y que salen a relucir, principalmente, con motivo del Día de los Muertos.
Una de ellas es la de un fantasma conocido como El Conde de Radio Sonora, parte de este nombre es porque el hombre tuvo una mansión, en donde hoy se encuentra la radio estatal, en el Centro Histórico de la Ciudad, y parte de las instalaciones de El Colegio de Sonora, una especie de túnel, alrededor de 1899.
Se llamaba Alfonso P. García, la “P” es la inicial de su apellido materno, Peralta, que, por algunas décadas así se utilizaba escribir. Nació en lo que era el pueblo de Villa de Seris, actualmente es una colonia de la capital sonorense y el primer Pueblo Mágico de México.
Su familia no era de la alta sociedad, pero sus bonos subieron tras emplearse en el molino harinero de dicho pueblo, después se casó con la hija del dueño, de nombre Emilia Camou Olea, convirtiéndose en socio del negocio y luego en agricultor. Comenzó a prosperar.
Sobre su apodo de Conde hay dos afirmaciones, la primera es que, siendo niño, frente a una situación de peligro, su madre gritaba “*Esconde el niño! ¡Esconde el niño!” y después del susto comenzaron a referir “es conde el niño”.
Otra de las situaciones por las que a Alfonso García Peralta se le reconoce como Conde, es porque su situación económica se hizo holgada y vestía de manera elegante.
A mediados de los años 70, El Conde comenzó a tener problemas económicos, hubo devaluación y él tenía deudas que no podía solventar. Vivía en una casa de gran extensión que tenía una alberca muy profunda. Lo que sucedió antes de su fallecimiento fue que, estaba solo en su propiedad, tenía preocupaciones y, mientras caminaba en su patio, tropezó y cayó a la alberca que estaba vacía.
De este accidente tuvo varios golpes y fracturas, que se aunaron al tiempo en el que tardó en ser atendido de los mismos; cuando por fin llegó alguien que lo auxiliara para salir de la alberca y para que lo viera un médico, se agravó su condición y falleció en el camino a un hospital de la ciudad. El Conde no volvió a su mansión. Sí, pero no… o quizás nunca se fue, sólo su cuerpo.
La propiedad fue vendida al Gobierno del Estado de Sonora, en la administración del mandatario Samuel Ocaña García; el edificio siempre fue contemplado para establecer la radio que continúa en la misma ubicación, en la Calle Álvaro Obregón # 46, en donde El Conde no ha dejado de estar presente.
Con el paso de los años, y las décadas, hay quienes platican que les apagan la luz, les hacen ruido, sonaba el teléfono y colgaban en repetidas ocasiones, y otras ‘travesuras’ que siempre han endosado al popular Conde, todas estas haciéndolos dudar, temblar o sorprenderlos por lo inexplicable de su naturaleza, y lo espeluznante que puede resultar para los más miedosos.
Hay quienes dicen que se pierden objetos y que, a los días, aparecen en su sitio, cuando han dejado de buscarlos; algunas anécdotas de gente que ha pasado por este lugar aseguran haberlo visto recorriendo su casa, dueño de su espacio, aunque en otro tiempo. Tal vez por eso los empuja o sienten que los sigue por sus pasillos.
Con el tiempo, este sitio ha tenido varias remodelaciones, cambios que probablemente molestan al Conde porque no deja de manifestarse. En el espacio donde hay cabinas, en lo que en la actualidad es el patio trasero, estuvo la alberca que fue rellenada con tierra y convertida en jardín; después se hizo una especie de plazoleta con bancas y un farol en el centro; la más reciente remodelación incluye escalones, una rampa para el acceso de personas con discapacidad; ahí también hay varios árboles, plantas, gatos que llegan, se multiplican y se van, aves, y la probabilidad de que el Conde aparezca.
Para mayor seguridad de que sepas quién es, en uno de los espacios que funciona como auditorio, casi a la entrada de la radio, hay una fotografía de El Conde (muy sonriente) y de su esposa, quienes siguen presentes de manera material e inmaterial en este espacio que fue -o es- su hogar.