El colapso de Dolphin Discovery, un imperio turístico, revela los riesgos de crecer sin control financiero en una industria que enfrenta crecientes costos, regulaciones y un cambio de era.
A tan solo 40 minutos en ferry desde Cancún está el acuario al aire libre de Dolphin Discovery, un lugar en Isla Mujeres que se promociona como un imán para fotos vacacionales de Instagram con paquetes que permiten a padres e hijos nadar con mamíferos inteligentes y juguetones en las aguas turquesa del Caribe. Su marketing exhibe una tienda de regalos llena de souvenirs marinos como peluches de delfín, camisetas y llaveros en todos los tamaños y colores. También muestra a los visitantes disfrutando de la alberca, el bar y el buffet ilimitado mientras esperan su turno para las actividades.
Lo que difícilmente aparecerá en las fotos y los anuncios son los animales muertos. Al menos siete delfines y otros mamíferos marinos han fallecido en el último año en los parques administrados por Dolphin Capital Co., con sede en Cancún. Las muertes ocurrieron en medio de una crisis administrativa provocada por el creciente endeudamiento y una costosa expansión de la empresa hacia EU. La compañía es dueña del recinto en Isla Mujeres y de decenas de atracciones similares en ocho países.
Con la expansión, la compañía enfrentó grandes costos de reparación, explica Grey Stafford, consultor de la industria y expresidente de la Asociación Internacional de Entrenadores de Animales Marinos. “Si no tenían un plan para reconstruir estas instalaciones, entonces la culpa es suya”, dice. “Esto no era un secreto”.

En el parque que la compañía opera en Panama City, Florida, un delfín de 14 años, llamado Jett, murió por lesiones en la cabeza la primavera pasada. Fue uno de tres delfines que fallecieron ahí en el último año. Según documentos judiciales, Jett murió mientras actuaba en agua tan sucia que probablemente redujo su visibilidad, lo que provocó que se golpeara contra el fondo poco profundo durante un espectáculo. En mayo, Samira, un delfín hembra, murió en el mismo parque tras tragar pedazos de concreto desprendidos de una alberca con mal mantenimiento, de acuerdo con un reporte federal. Este verano, inspectores en México revelaron que un manatí y un león marino habían muerto en otro parque de Dolphin Discovery, ubicado en Puerto Aventuras, al sur de Cancún.
La empresa fue fundada en 1994 en Isla Mujeres con solo cuatro delfines. Años después, sumó dos parques similares en la zona y, en 1999, el abogado Eduardo Albor asumió el control, añadiendo progresivamente más atracciones en el Caribe y México. El crecimiento se disparó en 2015, cuando la empresa compró sedes en Italia, Argentina y Florida, expandiéndose a 30 parques, casi 300 delfines, decenas de otros animales marinos y 2 mil 600 empleados. Pero en el proceso, Albor acumuló más de 225 millones de dólares en deuda corporativa, según registros judiciales.
Trabajadores, quienes pidieron no ser identificados por no estar autorizados a hablar con la prensa, describen un ambiente caótico bajo la gestión de Albor. Cuentan que el nombre de la empresa en sus recibos de pago cambiaba cada mes, y que los parques tenían dificultades para adquirir insumos básicos, como los químicos para las albercas, debido a que los proveedores no recibían pagos. Algunos de los parques adquiridos presentaban graves deficiencias en bienestar animal, que Albor prometió resolver, aunque nunca cumplió, según los expedientes judiciales. Un trabajador señaló que la compañía ya ha tenido que cerrar varios parques y que persiste la incertidumbre sobre cuál podría ser el próximo. Atribuyó las pérdidas a la manera en que Albor manejó las inversiones del grupo.

El año pasado, los acreedores Prudential Financial Inc. y Cigna Group buscaron tomar el control de Dolphin Capital y nombraron nuevos administradores, que colocaron la empresa bajo supervisión de un tribunal de bancarrota. El 11 de abril, el nuevo equipo entró al edificio corporativo en Cancún, propiedad personal de Albor, y cambió las cerraduras, con apoyo de la policía local y guardias privados. En respuesta, Albor llamó al fiscal de Cancún, quien ordenó a la policía estatal ayudarlo a recuperar el control, según sus abogados. A la mañana siguiente, llegó con una veintena de hombres armados y tomó el edificio.
La jueza de bancarrota de EU, Laurie Silverstein, dictaminó que los nuevos administradores, y no Albor, debían dirigir los parques. Pero el ejecutivo destituido compró terminales de cobro en un Costco de Cancún y las usó para desviar los ingresos de boletaje hacia aliados que aún trabajaban en la empresa, argumentando que era la única forma de evitar la interrupción del negocio. El conflicto paralizó a los empleados, que no sabían quién era realmente su patrón. Uno de ellos dijo que el truco de las terminales duró tres meses antes de ser descubierto y señaló que Albor le había pagado a un grupo de colaboradores leales para que hicieran el cambio en las máquinas de cobro de los parques. La nueva administración y los prestamistas declinaron hacer comentarios.





