América Latina, otra década perdida
América Latina y el Caribe (ALC) están a punto de perder una batalla más, esta vez contra la baja productividad y el lento crecimiento. Si este es el caso, la región podría sumergirse en una nueva década perdida.
Así lo señaló el secretario ejecutivo de la CEPAL, José Manuel Salazar-Xirinachs, al presentar un nuevo informe Panorama de las Políticas de Desarrollo Productivo en América Latina y el Caribe, 2025: ¿Cómo salir de la trampa de baja capacidad para crecer?
No son palabras al azar, sino una alerta respaldada en evidencia. Además, el título lo dice todo: la mayoría de los países de la región, México incluido, han vuelto a quedar atrapados en esa telaraña del bajo crecimiento, como sucedió en los ochenta y noventa, con dolorosos retrocesos económicos y sociales.
En aquellos años, esa convergencia regresiva —que también podría describirse como un cóctel de calamidades, mezcla de inflación, sobreendeudamiento y estancamiento económico— tuvo un impacto considerable sobre la pobreza y la desigualdad. Las secuelas de aquellas crisis todavía se sienten en algunos sectores de la población.
En un escenario de recesión, la actividad productiva y la inversión se contraen y, como suele ocurrir, la mayoría de las autoridades se paralizan frente al desplome de los indicadores. Era como internarse, si se permite la analogía, en un páramo desierto y fantasmal del que pocos logran escapar.
De aquellos episodios quedó una sensación amarga, un sentimiento de que no se hizo lo correcto y que los esfuerzos productivos de la región habían sido estériles. Una y otra vez se dejaron escapar las oportunidades que ofrecía el entorno global.
Cuarenta y cinco años después, y justo a la mitad de esta década, la advertencia de la CEPAL suena como un déjà vu: “Sucederá otra vez”. Solo que ahora las amenazas no son tan evidentes. Por eso conviene observar con más detalle el desempeño de la economía en su conjunto. Que los síntomas sean más tenues no significa que sus efectos sean menos dañinos.
Las señales —por ahora— ya no se manifiestan en una devaluación súbita o una inflación incontrolable. Pero eso puede ser aún más peligroso. A diferencia de los factores macroeconómicos, que tienen efectos inmediatos, las “trampas estructurales”, como las llama la CEPAL, actúan de forma silenciosa, minando lentamente, pero con mayor profundidad, la capacidad de las economías para crecer.
Lo cierto es que algunos países logran recuperarse en pocos años de una devaluación o de una crisis financiera. No obstante, de las trampas de baja productividad, inversión insuficiente y debilidad institucional para impulsar políticas de crecimiento pueden pasar décadas antes de que se vea una mejora en la economía.
Como es su estilo, la CEPAL no se conforma con revelar las causas; también sugiere una ruta. El organismo recomienda reconfigurar las estrategias productivas e invertir más en ciencia, tecnología e innovación.
Pero lo más importante es que los gobiernos articulen esfuerzos con el sector privado y las universidades mediante el desarrollo de clústeres y redes empresariales, con el objetivo de impulsar la productividad.
De no hacerlo, América Latina y el Caribe sumarán, irremediablemente, otra década perdida… la tercera en cincuenta años.
América Latina, otra década perdida
América Latina y el Caribe (ALC) están a punto de perder una batalla más, esta vez contra la baja productividad y el lento crecimiento. Si este es el caso, la región podría sumergirse en una nueva década perdida.
Así lo señaló el secretario ejecutivo de la CEPAL, José Manuel Salazar-Xirinachs, al presentar un nuevo informe Panorama de las Políticas de Desarrollo Productivo en América Latina y el Caribe, 2025: ¿Cómo salir de la trampa de baja capacidad para crecer?
No son palabras al azar, sino una alerta respaldada en evidencia. Además, el título lo dice todo: la mayoría de los países de la región, México incluido, han vuelto a quedar atrapados en esa telaraña del bajo crecimiento, como sucedió en los ochenta y noventa, con dolorosos retrocesos económicos y sociales.
En aquellos años, esa convergencia regresiva —que también podría describirse como un cóctel de calamidades, mezcla de inflación, sobreendeudamiento y estancamiento económico— tuvo un impacto considerable sobre la pobreza y la desigualdad. Las secuelas de aquellas crisis todavía se sienten en algunos sectores de la población.
En un escenario de recesión, la actividad productiva y la inversión se contraen y, como suele ocurrir, la mayoría de las autoridades se paralizan frente al desplome de los indicadores. Era como internarse, si se permite la analogía, en un páramo desierto y fantasmal del que pocos logran escapar.
De aquellos episodios quedó una sensación amarga, un sentimiento de que no se hizo lo correcto y que los esfuerzos productivos de la región habían sido estériles. Una y otra vez se dejaron escapar las oportunidades que ofrecía el entorno global.
Cuarenta y cinco años después, y justo a la mitad de esta década, la advertencia de la CEPAL suena como un déjà vu: “Sucederá otra vez”. Solo que ahora las amenazas no son tan evidentes. Por eso conviene observar con más detalle el desempeño de la economía en su conjunto. Que los síntomas sean más tenues no significa que sus efectos sean menos dañinos.
Las señales —por ahora— ya no se manifiestan en una devaluación súbita o una inflación incontrolable. Pero eso puede ser aún más peligroso. A diferencia de los factores macroeconómicos, que tienen efectos inmediatos, las “trampas estructurales”, como las llama la CEPAL, actúan de forma silenciosa, minando lentamente, pero con mayor profundidad, la capacidad de las economías para crecer.
Lo cierto es que algunos países logran recuperarse en pocos años de una devaluación o de una crisis financiera. No obstante, de las trampas de baja productividad, inversión insuficiente y debilidad institucional para impulsar políticas de crecimiento pueden pasar décadas antes de que se vea una mejora en la economía.
Como es su estilo, la CEPAL no se conforma con revelar las causas; también sugiere una ruta. El organismo recomienda reconfigurar las estrategias productivas e invertir más en ciencia, tecnología e innovación.
Pero lo más importante es que los gobiernos articulen esfuerzos con el sector privado y las universidades mediante el desarrollo de clústeres y redes empresariales, con el objetivo de impulsar la productividad.
De no hacerlo, América Latina y el Caribe sumarán, irremediablemente, otra década perdida… la tercera en cincuenta años.



