
Encendamos de nuevo la “Detroit mexicana”
Los coahuilenses no necesitan lecciones sobre el desarrollo económico. En las últimas décadas, el estado ha experimentado etapas de auge que se tradujeron en más empleos, mejores ingresos y mayores oportunidades para las pequeñas empresas. Esos tiempos dejaron experiencia, aprendizaje y, sí, también nostalgia.
Uno de los capítulos más emblemáticos ocurrió en los ochenta, cuando llegaron Chrysler y General Motors. En pocos años, el corredor industrial Saltillo-Ramos Arizpe se transformó en una región automotriz de talla internacional.
Los empleos se multiplicaron, la derrama económica alcanzó niveles insospechados y la llegada de proveedores parecía interminable. La plataforma exportadora que se configuró tenía pocos referentes en el país. Fue así como nació el sello distintivo de la “Detroit mexicana”.
Y no fue el único caso. En esos años, bajo el liderazgo de LALA, La Laguna iniciaba su expansión para convertirse en una de las cuencas lecheras más importantes del país.
Lo mismo ocurría en la región Centro, donde, de la mano de AHMSA, se consolidaba un enclave siderúrgico estratégico, no solo en México, sino en América Latina.
Tampoco se puede olvidar la apertura en 2001 de la cervecera del Grupo Modelo en Nava. Esa inversión detonó el empleo y la proveeduría en el norte del estado.
Pese a los retos de los años siguientes —cambios en el mercado, crisis internacionales y nuevas regulaciones—, que pusieron a prueba su capacidad productiva, Coahuila superó los altibajos y se consolidó como un imán de inversiones y talento. Hoy es una potencia industrial y uno de los estados más competitivos del país.
La experiencia acumulada motivo a los sectores productivos para estar más atentos al comportamiento de la economía. La población se volvió quisquillosa frente a los cambios en las variables clave. Es el costo de la fama: entre más próspero es un estado, mayor es también el nivel de exigencia ciudadana.
Por eso, algunas señales no han pasado inadvertidas. Varios indicadores sugieren que es necesario hacer ajustes, calibrar las piezas o, por qué no, dar un giro a la dirección económica del estado.
Hay razones para ello. Durante la última década, la economía estatal creció mucho menos de lo esperado, sobre todo si se considera su capacidad productiva. Dado que del crecimiento brotan el empleo y el ingreso, la política económica en Coahuila debería revisar ese motor. Todas las herramientas deben servir para ponerlo en marcha nuevamente.
La llave para reactivar la economía se llama inversión. Sin embargo, en los últimos años, las cifras también reflejan una desaceleración del capital extranjero. Continúan llegando proyectos cada año, es cierto, pero tampoco es un secreto que las armadoras establecidas recientemente en México optaron por hacerlo en otras entidades. ¿Quién hubiera imaginado que Guanajuato y San Luis Potosí terminarían siendo más atractivos que la antigua “Detroit mexicana”?
Otros indicadores recientes parecen confirmar una avería en el motor: la caída en la creación de empleos formales y un deterioro en la competitividad.
El tiempo apremia. Pero, como he dicho antes, para reactivar la economía de Coahuila exige más que promoción. Se requiere rediseñar algunas piezas del modelo.
Afortunadamente, hoy se conoce un camino. Basta con perder el miedo a mirar atrás. Entre las distintas etapas de auge que ha vivido el estado están las respuestas. No es nostalgia, es experiencia convertida en conocimiento. Buenos tiempos aquellos.