El ‘divorcio’ de los hijos de Diana de Gales: Guillermo de Inglaterra ya camina solo

27 enero 2020
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Mientras el mundo observaba con inusitado interés unas imágenes en las que Enrique de Inglaterra, sexto en la línea de sucesión al trono británico, bajaba de un avión en Canadá para reunirse con Meghan Markle, las cosas en su tierra natal eran mucho más importantes pero mucho menos visibles. A 7.600 kilómetros de allí, su hermano, Guillermo, se reunía en el palacio de Saint James con una delegación china y exigía que se frenara el comercio ilegal de especies animales protegidas. En concreto, el segundo en la línea de sucesión al trono ponía de relieve el «horrendo crimen» que supone el asesinato de 50.000 pangolines (un mamífero parecido al armadillo) para traficar con sus escamas.

Dos hombres muy diferentes, dos labores muy distintas. El ejemplo de Guillermo pone de relieve lo que es y lo que quiere ser: probablemente menos visible, menos glamuroso que su hermano y su familia, pero sí mucho más útil, pragmático y poderoso. Si sus vidas se han distanciado, también lo han hecho sus carreras. O, precisamente, puede ser al revés: el hecho de que tengan papeles tan diferentes les ha llevado a un distanciamiento vital. Algo que, ahora, refuerza el papel de heredero del heredero. Aunque le deja, eso sí, sin su hermano, su amigo y apoyo desde su infancia. El divorcio de los hijos de Diana de Gales se ha consumado.

Con la marcha de Enrique (y Meghan Markle) a Canadá, el camino queda del todo despejado para Guillermo (y Kate Middleton). No es que su hermano menor fuera a disputarle el trono, pero sí es cierto que su figura empañaba en parte la de Guillermo. Sus apariciones públicas lo evidenciaban: cada vez que los duques de Sussex realizaban cualquier actividad, allí acudía una nube de fotógrafos detrás que parecían más interesados en los detalles, las anécdotas o en sus atuendos que en la intención y el mensaje del acto.

Esa distancia entre el papel más institucional de Guillermo y el más social de Enrique es algo que siempre ha estado ahí, que tenía que ocurrir. Aunque en un principio parecía que los dos matrimonios podrían emprender un camino común en su apoyo a fundaciones y a asociaciones que acogían bajo su ala, pronto decidieron tomar veredas distintas. La crisis entre los Sussex y los Cambridge empezó a colarse en los tabloides británicos, deseosos de ver sangre entre los hermanos. Ya en febrero del año pasado se empezó a saber que los dos trabajaban para dividir la que durante años había sido su fundación común.

Isabel II, el príncipe Carlos y Camila de Cornualles seguidos de Kate Middleton, Guillermo, Enrique y Meghan Markle en el palacio de Buckingham en marzo. DOMINIC LIPINSKI AP

Esta cuestión se confirmó en marzo, cuando la reina aprobó que la oficina de Guillermo y Kate se mantuviera en Kensington y la de Enrique y Meghan empezara una vía por separado que, al parecer, estaría centrada en el medio ambiente, la educación y la violencia sexual. Finalmente en junio los Sussex hacían oficial un secreto a voces: que a finales de ese año —aunque la cuestión se ha alargado un poco, dados los últimos acontecimientos— lanzarían su propio vehículo para gestionar sus tareas. Algo que daba a Guillermo y Kate más fuerza en sus labores, muy centradas en la conservación medioambiental, la infancia y la salud mental.

La salida oficial —primero de seis semanas, desde principios de enero ya definitiva— de Enrique y Meghan de la familia real británica despeja aún más el camino de Guillermo y Kate. Su largamente planificado viaje a Pakistán en octubre fue un enorme éxito, y también se ha destacado la labor del hijo mayor del príncipe Carlos a la hora de apartar a su tío, el príncipe Andrés, de las labores centrales de los Windsor. Guillermo está más que preparado para ser príncipe de Gales, título que asumirá cuando su padre se convierta en rey de Inglaterra.

Pero en lo personal no todo es tan brillante para Guillermo y Enrique. Los hermanos han sido auténticos hermanos, algo poco habitual entre los miembros de la familia real, que suelen mantener relaciones más frías entre ellos. Han sido más que eso: desde la muerte de Diana en 1997 (cuando tenían 15 y 12 años, respectivamente) se convirtieron en uña y carne. Ambos han recordado cómo fue su madre, cómo vivieron la última llamada de ella, cómo su recuerdo les ha alimentado durante años… Nada de eso ha sido ahora suficiente para mantenerlos juntos.

 

Información de: el País

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