Algo que vale la pena contar: «No pudiendo cambiar los hombres, se cambian sin tregua las instituciones». Jean Lucien Arréat

1 abril 2015
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El proceso, analizado estrictamente desde el punto de vista jurídico, a todas luces fue injusto. En aquellos tiempos y sociedades, las normas judiciales emanaban de la religión. Diez mandamientos normaban el actuar ante Dios y la relación de los hombres en comunidad. Gran parte del Derecho derivó de los cinco rollos que forman el Pentateuco, conocido por el pueblo hebreo como Ley o Torah: Génesis, Éxodo, Levítico, Números y Deuteronomio.

Cuando aquella avanzada noche llevaron a Jesús de Nazaret frente al Sanedrín, se infringieron inicialmente tres principios de legalidad: 1) arresto sin flagrancia, 2) inobservancia del principio de publicidad (ya que el juicio se verificó en la casa privada de Caifás y no en la sala pública), y 3) violación a la regla de diurnidad, que establecía que un proceso judicial no podía prolongarse después del ocaso.

Nicodemo fungió como abogado defensor, pero no se aceptaron testigos a la defensa. Después de los alegatos, el veredicto decretó la pena de muerte por un delito que no lo ameritaba: la blasfemia, impuesta por haberse autodenominado “hijo de Dios”. Sumado a ello, no se permitió como establecía el Derecho en caso de pena máxima, la posibilidad de impugnación y revisión.

La pena de muerte en el Derecho judío ordenaba su consumación a través de la lapidación, más no de la crucifixión, ya que ésta era un castigo empleado por los romanos exclusivamente para sancionar delitos graves cometidos en contra del Estado, tales como: sedición, rebelión o piratería.

Así, para ejecutar la crucifixión había que acudir entonces ante la autoridad romana. A pesar de los testigos falsos que manifestaron que Jesús pretendía que no se pagara tributo al César, Pilatos nunca estuvo convencido de la culpabilidad del nazareno y se lavó las manos tres veces. La primera por incompetencia territorial ya que Jesús era Galileo y como consecuencia Herodes era quien tenía responsabilidad sobre él. La segunda por no encontrar ningún delito en el acusado, ordenando solamente azotes como castigo menor. Pero finalmente ante la presión de los religiosos, recurre al plebiscito, eludiendo así en el desenlace nuevamente, toda responsabilidad.

En resumen, nos encontramos ante una gran injusticia que posiblemente allanó el camino a fuerza de costumbre, a todas las que en la historia habrían de seguirle.

Somos lo que hemos leído y esta es, palabra de lector.

Escrito por: Alberto Boardman

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@AlBoardman

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