DOMINGO DE LEYENDA: EL NAHUAL DEL CERRO DE TLACOTEPEC, (Oaxaca)

4 abril 2021
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Eran cuatrocientos mil hombres, desfallecidos de hambre y cansancio y caminaban buscando asiento a su pueblo.
Eran cuatrocientos mil hombres sin rumbo; que caminaban y caminaban bajo un sol de fuego y un suelo traicionero.
Eran cuatrocientos mil hombres cuyos pies sangrantes iban dejando su huella por los campos polvosos y cerros abruptos. ¿A dónde los llevaría su dios? ¿Qué habría dispuesto Yostalteptl?
Yostaltepetl había creado todas las cosas: la tierra, el mar, los montes, los animales y, sin embargo, ellos desfallecían de hambre y de sed.
Así llegaron a un monte cubierto de bosques, cuyos árboles se doblegaban ante sus ramas cargadas de frutos; pero esos frutos les eran desconocidos, por lo que ellos, a pesar del hambre y la sed, no intentaron comerlos, por temor a que les produjeran la muerte.
Fue entonces, cuando más desfallecidos se hallaban y más sedientos se encontraban, que se les apareció una diosa, quien dirigiéndose a los exhaustos peregrinos les dijo:
Reflexiona.
¿Qué semejanza tiene lo que pensaste y lo que has leído? ¿Qué crees que ofrezca la diosa?
—Yo soy Zapotlatlenan, Madre de la Tierra donde se da el zapote y vengo a darles mi amparo. Yo les daré el alimento que calme su sed y mitigue su hambre.
—Señora— dijeron todos en coro —estamos hambrientos, estamos sedientos, nos estamos muriendo de cansancio.
—Mi mano es divina, y ella les ofrece el fruto de estos árboles que son sagrados.
Y cortando de las ramas cargadas del delicioso fruto lo repartió entre todos ellos, calmando su hambre y su sed con la pulpa fresca del rico zapote.
Yo les daré el alimento que calme su sed y mitigue su hambre. Por mucho tiempo fue todo el sustento de esos hombres, por lo que en gratitud del tal alimento, tomaron como su diosa protectora a la señora de Zapotlatlenan, adjudicándose ellos el nombre de zapotecas, por tal milagro. Y aquellos cuatrocientos mil peregrinos no olvidaron a su salvadora y cuando fundaron su ciudad, asiento de su señorío, elevaron hermosos templos a la Madre de los Zapotecas y diosa de la medicina.
El Nahual del cerro de San Agustín Tlacotepec se apuró mucho a levantarlo, para que el pueblo se viera bonito. Cuando terminó fue a avisar al señor Sakamara (Dios de la lluvia), para que fuera a revisar si estaba bien o le hacía falta algo. Éste aceptó, y ambos fueron subiendo hasta llegar a la cima. El dios se puso muy contento porque el cerro estaba muy alto y se podía divisar hasta la ciudad de México.
Estaban revisando que no faltara nada; miraban de un lado a otro, cuando de repente vieron cómo los habitantes de la ciudad de México intentaban colocar la campana en la Catedral, y no podían. Ya casi llegaba la campana a la torre de la iglesia y se volvía a bajar. Los hombres volvían a intentar subirla, pero no aguantaban. Entonces, los dos se compadecieron de esa gente y uno dijo al otro:
—¿Qué te parece si ayudamos a colocar la campana de la catedral de México?, porque sus habitantes no pueden subirla solos; están sufriendo mucho.
El dios Sakamara dijo:
—Está bien, a las doce de la noche en punto debemos estar ya colocando la campana para que nadie se dé cuenta de quiénes los ayudaron.
Así como quedaron, lo hicieron rápidamente y a las doce en punto ya estaba colocada la campana de la Catedral.
La tocaron y de inmediato se retiraron. Toda la gente se alarmó, se reunió al pie de la catedral y, efectivamente, ya estaba colocada la campana. Todos se preguntaban quién la había colocado, pero nadie sabía.
Los ciudadanos estaban muy contentos, celebrando la instalación de la campana, cuando estos seres misteriosos ya estaban en la punta del cerro de Tlacotepec, viendo a la gente contenta. Ellos quedaron muy satisfechos de haber hecho esa obra.
Después, el dios Sakamara expresó su alegría porque el cerro de San Agustín quedó muy alto. Pidieron entre ambos que abundaran los animales feroces y la vegetación, y eso le gustó mucho a la Nahual de la Costa, quien fue a encontrarse con el Nahual del cerro de Tlacotepec y le dijo:
—Qué hermoso está tu cerro, es alto, con mucha agua y árboles; hay tanto animales grandes como chicos, y un paisaje lleno de flores. Así quisiera yo tener uno igual en mi tierra— decía la Nahual de la Costa, halagando al hombre, porque llevaba la intención de llevarse la mitad del cerro, pero no hallaba la forma de hacer esa maldad al Nahual del cerro de Tlacotepec.
—Pues está más o menos— dijo a la Nahual de la Costa y ésta replicó entonces:
—Ven, mira, vamos aquí, a platicar un rato, ¿quieres?
Éste aceptó y se sentó a platicar. Cuando ya tuvo más confianza, ella le dijo:
—Ven, pon tu cabeza en mi rodilla.
—Bueno, pues—, le dijo el Nahual del cerro de Tlacotepec, y puso su cabeza en la rodilla de la Nahual de la Costa. Ésta se puso a espulgarlo, según ella, y él muy ingenuo se durmió. Cuando la mujer se dio cuenta de que ya estaba bien dormido, poco a poco bajó su cabeza al suelo, se paró rápido a cortar la mitad del cerro y se lo llevó cargando. De repente, despertó el nahual y apenas alcanzó a ver que se llevaba la mitad del cerro, corrió y corrió para alcanzarla.
Estaba a punto de alcanzarla, porque la mujer ya iba muy cansada, ya no aguantaba, pero como ya estaba muy cerca de la laguna de Isiutla aventó el cerro dentro de la laguna, de tal manera que el Nahual del cerro de San Agustín de Tlacotepec ya no pudo rescatarlo.
Hasta la fecha se encuentra la mitad del cerro de San Agustín en esa laguna, según la leyenda; también se dice que como el nahual no quedó conforme, la siguió hasta alcanzarla y la sedujo y por eso ambos se convirtieron en piedra y quedaron estampados en la peña que está abajo, en Pinotepa Nacional. Hasta la fecha se ven sus cuerpos sobresaliendo de la piedra.

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