DOMINGO DE LEYENDA: EL FANTASMA DEL CONVENTO DE LAMPAZOS, (NUEVO LEÓN)

28 marzo 2021
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Era el año de 1912, y aunque eran los tiempos de la Revolución, la vida en Lampazos de Naranjo, municipio del estado de Nuevo León, transcurría muy pacífica en el diario trabajar los ganados, temporales y minas; estas últimas, en ese tiempo ya en franca decadencia.
El abolengo que da el dinero y las raíces se notaba en el estilo de vida de la sociedad lampacense: construcciones señoriales, vestimenta de importación y el colegio del Verbo Encarnado, que funcionaba en la vieja misión y su templo del Sagrado Corazón. Ahí, niñas y adolescentes acudían para recibir la pulida educación de parte de las monjas aplicadas a este misterio. Las aulas de dicho convento vieron partir a muchas generaciones de jóvenes, que egresaban convertidas ya en verdaderas damitas con aptitudes para las artes, con una actitud positiva hacia la sociedad de su tiempo, y con un cúmulo de conocimientos que aplicarían a su vida futura.
Las alumnas foráneas estaban como internas y las locales acudían a diario al colegio; pero todas llevaban la rutina rígida que empezaba cada día con el sonar de las campanas que las levantaba de sus lechos para después del aseo personal, acudir en disciplinada formación a la capilla. Ahí, junto al párroco del templo, con una misa daban gracias a Dios por el día que empezaba mientras el sol asomaba curioso por las ventanas para escuchar las voces de las niñas y las monjas entonando himnos y cantos litúrgicos que se elevaban al cielo como un coro angelical.
Luego de este místico momento, pasaban en orden al comedor para saborear el desayuno en risueña charla con las compañeras; pues las horas de compartir la mesa, era el momento de pasarse también las noticias del día. El tercer paso, era distribuirse en las aulas para recibir instrucciones en las ciencias y tras cinco horas de clases, pasaban al comedor para los alimentos de medio día. La tarde, la organizaban en descanso, juegos e instrucciones en artes, cocina y manualidades, hasta terminar la jornada con una merienda y dar gracias en la capilla por el día de labores que terminaba.
La vida era muy tranquila entre reclinatorios, pupitres y patios de recreo.
Parecía que nada podría alterar tan arcádica existencia, pero una madrugada en que las internas estaban en los dormitorios, una alumna despertó al escuchar un extraño rumor de voces que se fue convirtiendo poco a poco en el estruendo lejano de una multitud. Volvió la mirada al ventanal buscando el origen de aquel ruido; pero lo que vio fue el rostro de un joven que con expresión triste, suplicante, la miraba en silencio asomado por el enrejado. Nada decía el desconocido visitante, sólo permaneció ahí, con las manos aferradas a los barrotes y el rostro conmovido por palabras que nunca pronunció.
La joven no pudo más. Corrió hacia la monja más cercana para dar aviso del extraño joven que se encontraba en el patio. Algunas monjas y el viejo sereno salieron de inmediato a investigar; pero el anciano nada había visto. Monjas y superiora dijeron que todo había sido obra de la imaginación, pues nadie en el internado había observado ni escuchado nada.
Pero la muchacha fue pasando de la alarma a un nerviosismo incontrolable que sólo con plegarias ante el altar pudieron calmarle. Al fin, convencida de la protección que da una oración, fue retirada a su dormitorio y pasó la noche en la paz recuperada.
La rubia mañana se levantó de su lecho en el oriente para llegar vestida de luz hasta la nave del templo a escuchar las voces celestiales. Luego que las alumnas terminaron el servicio religioso, pasaron al comedor y ahí se enteraron de una noticia que llevaba una de las internas: se decía que esa madrugada, por alguna calle del pueblo, habían encontrado el cuerpo de un joven asesinado. En el transcurso de la mañana, la triste nueva se confirmó y el colegio se quiso solidarizar con el dolor de la familia afligida, enviando una monja al frente de una comisión de alumnas para llevar flores y un mensaje de fe ante los deudos. La estudiante de nuestra historia, sintió una gran necesidad de formar parte de aquel grupo y rogó ser aceptada.
Así, pues, salieron las jóvenes misioneras y las empedradas calles de Lampazos las vieron caminar por las aceras, llevando flores en las manos y palabras de aliento entre los labios. Al acercarse a la puerta de la familia dolorida, escucharon rezos entre llanto y expresiones de suplicio por la joven vida que se había perdido.
La solemne comisión se anunció, fue recibida con muestras de agradecimiento, y la monja se dirigió a los mayores mientras las discípulas buscaban dar consuelo a jóvenes y niños. De pronto, una de las visitantes se puso sumamente nerviosa. Fijó la mirada en el pálido rostro del cadáver que, inexpresivo y con los ojos entreabiertos, parecía asomar atento a mundos desconocidos. ¡Era el mismo muchacho que la madrugada anterior había visto ante su ventana! Un grito de espanto suspendió la misión.
El colegio se sacudió con la noticia. Todas las alumnas formaban corrillos comentando el extraño suceso y las monjas no hallaban explicaciones sólidas para dar cuenta del suceso. Pero una respuesta de fe se dio ante aquellos hechos: la madre Superiora, interpretando los deseos del espíritu que visitara el convento, organizó con las alumnas del Verbo Encarnado el novenario por el descanso de aquella alma que, atormentada por su partida al infinito, llegó a suplicar una plegaria por el perdón de sus pecados.
Un año después, un párroco, monjas y estudiantes dejaron el templo, convento y aulas, pues la violencia revolucionaria invadió el pueblo. Fuerzas militares ocuparon el antiguo edificio como cuartel y, tras un incendio, dejaron todo en desolación y ruinas.
Muchas familias emigraron de Lampazos huyendo de la guerra; el convento quedó solo y degradándose lentamente. Perdió el segundo piso y sus jardines fueron muriendo hasta convertir el solar en un páramo triste. Todo quedó en ruinas. Sin embargo, la aparición del alma de aquel muchachito asesinado nunca dejó de presentarse. Y así, muchas décadas pasaron para que fuera restaurado, pero nunca volvió a ser lo que era. Hoy, aquel convento es el orgulloso Museo de Armas e Historia de Lampazos.

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