El giro conservador del Tribunal Supremo agita la campaña presidencial de Estados Unidos

27 septiembre 2020
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Donald Trump inició este sábado el camino para consolidar el giro a la derecha del Tribunal Supremo de Estados Unidos, árbitro último de gran parte de los debates sociales y políticos en un país diverso de 330 millones de habitantes. El presidente anunció la nominación de la juez conservadora Amy Coney Barrett, muy religiosa y significada contra el aborto, como nuevo miembro de la máxima instancia judicial de Estados Unidos. El relevo de la progresista Ruth Bader Ginsburg, fallecida la semana pasada, por un perfil antitético, refuerza al republicano entre sus bases a poco más de un mes de las elecciones presidenciales, aunque también puede espolear a los votantes demócratas, temerosos de retrocesos sociales.

La elección de un miembro del Supremo supone una de las decisiones de mayor calado para un presidente de Estados Unidos, aunque luego debe ser refrendada en el Senado. El órgano está formado por nueve magistrados de cargo vitalicio, una condición que blinda su independencia de cualquier Gobierno o Cámara legislativa, pero que también lo convierte en un grupo de juristas todopoderosos en asuntos trascendentales para el futuro de la sociedad: el alto tribunal legalizó el derecho al aborto en todo el país, consagró el matrimonio entre personas del mismo sexo y acabó con la segregación racial en las escuelas públicas.

Hasta la muerte de Ginsburg, el 18 de septiembre, había una mayoría de cinco magistrados considerados conservadores, nominados por republicanos, frente a cuatro progresistas, propuestos por demócratas. Trump, con la mayoría republicana en el Senado de su parte, se dispone a colocar a un sexto miembro conservador en el alto tribunal e inclinar más la balanza. La decisión no solo calienta la campaña por el giro a la derecha de la máxima autoridad judicial, sino porque rompe la regla no escrita de que un presidente no procede al relevo de un juez del Supremo en plenas elecciones –mucho menos cuando faltan apenas 38 días–, sino que deja esa elección en manos del próximo mandatario, ya sea elegido o reelegido, como sería su caso.

El presidente anunció este sábado a su nominada desde la Casa Blanca, pero el viernes por la noche la prensa estadounidense ya avanzó que la elegida era Amy Coney Barrett, una jurista religiosa y conservadora, conocida por su férrea oposición al aborto. “Es una mujer de altísimo intelecto y lealtad inquebrantable a la Constitución”, dijo Trump al presentarla en los jardines de la residencia oficial. Barrett fue ayudante de otro magistrado conservador del Supremo, Antonin Scalia (fallecido en 2016), pero su trayectoria como juez es breve. Trump la nombró en 2017 para el Tribunal de Apelaciones del Séptimo Circuito, en Chicago, donde han dejado huella sus fallos de corte conservador. Con solo 48 años de edad, podría servir en el alto tribunal durante décadas.

Tanto Trump como su nominada dirigieron palabras elogiosas a la figura de Ginsburg, un icono progresista, que fue capital en los avances feministas de Estados Unidos. El presidente se refirió a ella como “una gigante del Derecho y una pionera para las mujeres”. Su relevo por una jurista en las antípodas ideológicas agitará la campaña electoral. Barrett, que si la confirma el Senado será la quinta mujer que se incorpora a ese estrado en la historia del alto tribunal estadounidense, recalcó la estrecha amistad de Scalia, su mentor, con la juez Ginsburg.

Las otras dos jueces hoy activas en el Supremo forman parte de la minoría progresista, que se ha quedo ahora en tres miembros: Sonia Sotomayor, de 66 años, nominada por Obama en 2009; Elena Kagan, de 60, también propuesta por el demócrata, en 2010; y el más veterano de todos, Stephen Breyer, de 82 años, escogido por Bill Clinton en 1994. Entre los conservadores figuran Clarence Thomas, de 72 años, nombrado por George Bush padre en 1991; Samuel Alito, de 70, confirmado en 2005 durante la Administración de Bush hijo; el presidente del tribunal, John Roberts, de 65, nombrado el mismo año por el mismo presidente; y los dos más recientes, nominados por Donald Trump en 2017 y 2018, respectivamente: Neil Gorsuch, de 53 años, y Brett Kanaugh, de 55.

Si la confirmación de Amy Coney Barnett sale adelante, Trump habrá logrado la victoria política de haber colocado hasta tres jueces en un solo mandato, más que ningún otro presidente salvo Richard Nixon, que en su primer Gobierno nominó a cuatro. La garantía de incorporar más magistrados conservadores en el Supremo, o evitar la llegada de progresistas, fue uno de los principales motivos por los que muchos votantes republicanos tradicionales fueron fieles y votaron a un candidato como Trump, al que muchos consideraban populista y poco preparado. Según algunas encuestas posteriores, el 26% de los votantes del hoy presidente dijeron que el alto tribunal fue el factor más decisivo para votarle.

Ahora, el proceso de confirmación en la Cámara alta tiene todos los ingredientes para convertirse en un drama de primer orden en un Capitolio ya de por sí quebrado, que hace solo unos meses estaba debatiendo el impeachment a su presidente. Los republicanos van a proceder a confirmar a un nuevo miembro del Supremo pisoteando los mismos argumentos que hicieron valer ante Obama en 2016. En febrero de aquel año falleció el conservador Scalia y el presidente demócrata propuso como sustituto a Merrick Garland, un progresista moderado, cuando faltaban nueve meses para las elecciones. Los republicanos lo bloquearon en el Senado durante todo ese tiempo y fue Trump quien, meses después, colocó a Gorsuch.

Ahora faltan menos de 40 días para la cita con las urnas, el 3 de noviembre, y el partido del presidente prepara un proceso de confirmación express para sustituir a una juez recién fallecida. “Voy a ser claro: los votantes deben elegir al presidente, y ese presidente debe elegir al sustituto de la magistrada Ginsburg”, protestó el candidato presidencial demócrata, Joe Biden, al poco de fallecer la juez. Pero los suyos no tienen suficientes senadores para evitarlo. Los republicanos controlan 53 de los 100 escaños, además del Comité de Justicia, que es el que debate la propuesta de Trump, convoca las audiencias para examinar a la juez propuesta y está, además, presidido por Lindsey Graham, uno de los legisladores más fieles al mandatario. El encargado de llevar el voto al pleno es el también líder de la mayoría, Mitch McConnell.

El proceso impregnará la campaña por la Casa Blanca y también las elecciones al Senado, que se renueva parcialmente el 3 de noviembre, aunque esa carrera queda a menudo eclipsada por la presidencial. El relevo de Ruth Bader Ginsburg por una magistrada conservadora coloca el foco en esos 35 escaños en juego.

Aunque perdieran la mayoría, los republicanos tienen tiempo de confirmar a la nueva magistrada antes de la toma de posesión, en enero, de los senadores elegidos. Aun así, con algunos jueces del Supremo en edad avanzada, esos escaños importan para el voto evangélico, satisfecho con Trump, y pesan para los votantes progresistas, preocupados por el futuro del Supremo. El alto tribunal debe tomar este curso decisiones importantes sobre el aborto, la reforma sanitaria de Obama, la inmigración y los propios comicios.

Información de: el País

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