Aviso de Curva Rubén Olvera Marines

25 septiembre 2020
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Morena, ese Goliat inacabado

El ciclo político de Andrés Manuel López Obrador terminará algún día. Incluso, si pudiera extenderlo recibiendo un cargo legislativo una vez que concluya su responsabilidad presidencial.

Morena ha hecho cosas excepcionales con AMLO a la cabeza. Pero, al paso de los años, como partido, no ha logrado (o no ha querido o no lo han dejado) desarrollar las bases para transformarse en una organización sostenible en el tiempo.

¿Qué sucederá con Morena cuando el ciclo político de su creador llegue a su fin? Un escenario de alta competencia política, como lo será el 2021, es motivo suficiente para fortalecer las estructuras, los cuadros políticos, el andamiaje organizacional y la oferta programática de los partidos sin necesidad de mayores argumentos.  Sin embargo, rumbo a la próxima elección de su dirigente nacional, a los simpatizantes de Morena no parece interesarles mucho el futuro del partido, al menos no tanto como las dificultades que está enfrentando el Presidente en su cruzada de transformación del país.

Al menos así lo dieron a conocer en la más reciente encuesta levantada por El Financiero. A pregunta expresa ¿Cuál cree que debe ser el principal objetivo de Morena? El 83% de los simpatizantes encuestados respondió que “Apoyar al Presidente López Obrador en la transformación del país” Y sólo el 14% dijo que la prioridad debería de ser “Institucionalizar al partido y representar políticamente a sus seguidores”.

La respuesta es sorprendente, sobre todo porque en la próxima elección del presidente y secretario general del partido, no estará en juego el futuro del gobierno de López Obrador, quien, con o sin Morena, acertará o fracasará en la transformación del país, sino la definición y la construcción de un organismo político de izquierda con una estructura organizacional capaz de reinventar la forma de representar y gobernar en México.

Esta aparente disyuntiva me lleva a encuadrar la siguiente opinión, la cual podría causar escozor entre aquellos simpatizantes que privilegian la tranquilidad del Presidente sobre la institucionalización del partido: convertir la contienda interna de Morena en un plebiscito respecto a López Obrador —sabiendo de antemano quien ganará— significa quedar atrapado en un liderazgo extremadamente individualizando y desaprovechar las oportunidades que ofrece la política moderna caracterizada por el diálogo y el acuerdo.

Lo anterior significaría dejar pasar una clara oportunidad para que el partido se desarrolle con autonomía del poder presidencial. Logro que le permitiría a Morena, entre otras acciones políticas, impulsar una agenda legislativa soberana y alcanzar consensos razonables y plurales en lo que será una Cámara de Diputados polarizada y en la que los aliados del Presidente probablemente no alcancen la mayoría absoluta.

De insistir con este plebiscito al interior del organismo, se convertirá en un símbolo de parálisis política. Podría, por lo tanto, significar que, a dos años de encontrarse en el poder, Morena no termina por definirse como un partido político.

Es por lo que llama la atención que siendo un movimiento de izquierda intentando construir una imagen diferente al resto de los partidos, buscando, además, permanecer en el poder más allá del sexenio, su líderes y simpatizantes no estén pensando en cómo fortalecerlo. En cambio, apuestan a que el hiperliderazgo de López Obrador será eterno.

Quiero suponer que ninguno de los aspirantes a ocupar la dirigencia de este organismo político desea provocar un accidente antes, durante y después de las encuestas que aplicará el INE; tampoco pretenden, de llegar al cargo, romper con el Presidente, ni siquiera han insinuado establecer una “sana distancia” con el poder.

Sin embargo, en un contexto político que muta a cada instante, esta ausencia de reflexión honesta podría, en el mediano y largo plazo, terminar con la épica de un gigante que crece cada vez más, y en esa vorágine jamás se percató de que camina sobre pies de barro.

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