Jonathan Tepper: el azote de los monopolios

4 mayo 2019
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El diagnóstico es unánime: el mundo está enfermo de desigualdad. Donde hay diferencias es en la receta para curarlo. A los impuestos sobre el capital prescritos por Thomas Piketty y a la guerra comercial declarada por Donald Trump se le sumó, a finales del año pasado, una nueva fórmula: terminar con los monopolios y con el poder desmedido que estos ejercen sobre precios, sueldos y leyes. Esa es la tesis de The Myth of Capitalism: Monopolies and the Death of Competition, un libro del economista Jonathan Tepper. Escrito con la ayuda de Denise Hearn, este ensayo repasa la ola de fusiones y adquisiciones que comenzó con la presidencia de Ronald Reagan y lleva ya 40 años para explicar por qué, pese a las caídas en la tasa de desempleo y las alzas en los beneficios corporativos, los sueldos de los estadounidenses se resisten a mejorar. Valiéndose de los ejemplos de Google, Mastercard, Visa, Microsoft, además de los oligopolios varios que dominan la industria estadounidense, Tepper analiza las consecuencias que para el ciudadano ha tenido la falta de libre competencia, uno de los principios fundacionales del capitalismo.

Algunos efectos suenan evidentes, como la potestad de los monopolistas para subir precios sin perder mercado. Según un estudio citado por Tepper, en las fusiones que dejan en menos de siete al número de competidores, el encarecimiento inmediato de los productos ha sido de un 4,3% en promedio. Otra consecuencia más o menos esperable es el poder de las empresas para frenar el alza de los sueldos (“cuando los empleados tienen menos opciones para elegir dentro de su sector, su poder de negociación desaparece”, escribe), o la de hacer lobby para lograr derechos de propiedad intelectual claramente abusivos. El ejemplo clásico es Mickey Mouse, un anciano de 90 años cuyo copyright es prorrogado una y otra vez gracias al poder político de Disney.

Cuando los empleados tienen menos opciones en un sector, su poder de negociación desaparece

Pero hay efectos menos intuitivos, como el de las pérdidas en productividad que achaca a los nuevos oligopolios. ¿No son la eficiencia y las economías de escala los argumentos de todas las fusiones? Durante una entrevista por Skype, Tepper se explica: “La productividad está atada, en gran parte a la inversión, y cuando eres un monopolista, las ganancias hacen que te vuelvas gordo y perezoso, con menos incentivos para invertir, como hemos visto en muchas industrias, con algunas excepciones”. Google y Facebook, monopolios en búsqueda online y redes sociales, son dos de esas excepciones: siguen invirtiendo porque necesitan ganar cuota de mercado. Aun así, dice Tepper, “lo hacen a un ritmo más bajo de lo que correspondería si no hubiera tanta concentración, que es lo que en general demuestran los estudios industria tras industria: hay mucho menores niveles de inversión cuando hay monopolios”.

El caso alemán

Un llamativo capítulo del libro recuerda la decisión de EE UU de descartelizar la Alemania de posguerra para prevenir el totalitarismo. Los monopolios no provocaron el nazismo, aclara Tepper, pero ayudaron. “Esa historia me interesó porque los estadounidenses se dieron cuenta de que a Hitler le había bastado con convencer a unos pocos industriales; también la escribí para subrayar la ironía de que EE UU exportó a Europa su movimiento antimonopolio y luego olvidó sus propias lecciones”.

En el libro, Milton Friedman aparece como el punto de inflexión que pondrá fin a la exitosa lucha antimonopolios iniciada con Franklin D. Roosevelt. No porque el padre del neoliberalismo le dedicara mucho pensamiento al tema, sino por la Escuela de Chicago que él creó: “En ella sí hubo importantes economistas y abogados, como Richard Posner, que propusieron permitir los monopolios, las fusiones y adquisiciones, con el argumento de la eficiencia”.

La teoría suena bien siempre y cuando esas eficiencias se compartan con los consumidores. Y eso es lo que habría pasado en el mundo de la competencia perfecta soñado por el neoliberalismo: la empresa que no baja sus precios cuando los costes lo permiten termina siendo desplazada por un competidor menos carero. El problema es que en la fórmula ideal nunca se tiene en cuenta el poder político y financiero de las grandes corporaciones, capaces de torcer regulaciones en su favor o de liquidar, con precios imposibles, a sus competidores más humildes.

Hemos pasado de impedir que pequeñas empresas se unieran a permitir auténticos duopolios

Pero si no se demostraban en la práctica, ¿por qué fueron tan populares las ideas de la Escuela de Chicago en la desregulación de los monopolios? “Eran personas muy inteligentes, capaces de explicar a los políticos en qué consistían sus ideas”, dice. “También pienso que la historia tiene un movimiento pendular. Cuando Friedman escribía, todo el mundo estaba en contra de los monopolios. En los años sesenta y setenta tal vez hubo fusiones que se debieron de haber permitido. El problema es que estamos en 2019, llevamos cuatro décadas de fusiones, y tenemos un problema grave. Hemos pasado de impedir que pequeñas empresas pudieran unirse a permitir auténticos duopolios sin que los reguladores digan nada”. Para Tepper, la única manera de terminar con la creciente desigualdad en Estados Unidos es deshacer los monopolios y evitar que vuelvan a crearse: repartir el poder económico para distribuir también el político. En su análisis, la subida de impuestos al capital propuesta por Piketty es buena pero insuficiente. Como dice el propio Tepper, “trata los síntomas pero no la causa”.

Soluciones

Como si fuera un manual, el libro suma al diagnóstico un último capítulo con regulaciones posibles para descartelizar y devolver la competencia al corazón del capitalismo. Dice que algunos políticos ya se han puesto en contacto con él. No puede revelar nombres pero sí decir que hay de los dos bandos. “Hay un reconocimiento de que se trata de un problema grave a solucionar. Incluso los políticos de derechas, los que en teoría deberían de estar de acuerdo con las ideas de Chicago, quieren reformas”.

Las fusiones presentan claras ventajas para las empresas. Como escriben Tepper y Hearn en su libro publicado en noviembre, con ellas se alcanza “el santo grial de las sinergias, reduciendo el número de cargos en contabilidad, asuntos legales y recursos humanos”. Pero los beneficios estimados por lo que Tepper llama “economistas a sueldo” suenan un poco fantasiosos: la consultora Deloitte calculó que los ahorros anunciados por las empresas fusionándose en 2015 sumaban un total de 1,9 billones de dólares, una cantidad superior al PIB de España o de Canadá. Además de exageradas, dice Tepper, esas sinergias ni siquiera se traducen en precios menores. Su libro está plagado de citas a papers que demuestran todo lo contrario, con encarecimientos generalizados en las empresas fusionadas y en las restantes del sector. Por no hablar del peso político que acumulan las nuevas corporaciones para imponer salarios y cláusulas abusivas con sus trabajadores, como las que impiden buscar empleo en una empresa competidora o demandar a su empleador.

Información de: El País

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