Algo que vale la pena contar ALBERTO BOARDMAN

5 octubre 2018
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A 413 años de su publicación, «El ingenioso hidalgo, don Quijote de la Mancha» permanece como la obra más importante de la literatura española. Una primera edición en excelente estado, logró venderse por 1.5 millones de dólares en 1989. Comencé por segunda vez su lectura en la que siempre encuentra uno datos interesantes, por ejemplo, un despiste significativo del autor en el contexto de la historia sucede cuando el asno «Rucio», nombrado así por Sancho Panza debido al color de su pelo, es robado en la primera parte, pero algunos capítulos después Sancho aparece nuevamente montado en él, sin previa explicación de su presencia. Curioso incidente que ya me ha permitido trabajar en un cuento, sobre la misteriosa reaparición del famoso jumento.

Miles de frases son atribuidas al Quijote, algunas ciertas y otras no tanto, pero entre algunas no tan popularmente conocidas y que vale la pena contar, me llaman poderosamente la atención: «Cada uno es tal como Dios le hizo, y aún peor muchas veces». «Estoy seguro de que ahora, debe de haber buenas almas, incluso en el mismísimo infierno». «Si tuviera que demostrártelo: ¿Qué mérito tendrías al confesar una verdad tan manifiesta? Debes sin verla creerla, confesarla, afirmarla, jurarla y defenderla». Y una especial que espero nunca se me vuelva profecía: «Finalmente, a causa de tan poco sueño y mucha lectura, su cerebro se secó y se fue indiscutiblemente de su mente».

Dato interesante aparte, es el personaje de Dulcinea del Toboso, una mujer perfecta, puesta en cuerpo de varios personajes, e inspirada regularmente en la campesina Aldonza. Pero Dulcinea en físico como tal, nunca aparece en la novela. Sin embargo, su importancia y motivación en el caballero errante, resulta tan preponderante que es considerada un personaje de la historia. Seguramente cada quien idealiza su propia Dulcinea, y redituando el extravío, elogio a la mía, que hoy está de plácemes en celebración cumpleañera. Felicidad por siempre Adriana Aguirre Reséndiz, señora de este cautivo corazón, dichosas edades y vastos veranos más, bajo la ventura complaciente de Dios.

Somos lo que hemos leído y esta es palabra de lector.

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