El 21 de agosto de 1911, el carpintero italiano Vincenzo Peruggia ingresó al Museo del Louvre, en París, vestido con el blusón blanco que usaba el personal de mantenimiento, mismo que tenía porque era exempleado.
Llegó hasta el pasillo donde cuelga La Gioconda, del pintor renacentista Leonardo da Vinci, lo descolgó y en la escalera Visconti separó la tabla del marco, abandonando este último.
Minutos después de las siete de la mañana salió del recinto con el cuadro escondido bajo su ropa y posteriormente lo depositó en una valija. Cuando el artista Louis Béroud entró a la sala apreciar la obra, notó su ausencia e inmediatamente notificó a la policía.
Lo que sucedió después fue una serie de polémicas. El museo permaneció cerrado durante una semana para proceder a las averiguaciones y durante el tiempo que estuvo extraviada la pintura, se batió récord de visitas.
Las pesquisas condujeron hasta el novelista francés Guillaume Apollinaire y al propio Pablo Picasso, que habían adquirido dos esculturas robadas del Louvre a un tal Pieret. El último devolvió las figuras y Apollinaire fue absuelto.
Mientras tanto, Peruggia trató por dos años de vender La Gioconda a distintos museos pero creían que se trataba de una falsificación.
El único comprador fue la galería Uffizi de Florencia, cuyo dueño informó a la policía y el responsable pudo ser detenido. La pintura fue recuperada dos años y ciento once días después del robo.