‘Coco’, la colorida fábula de los ‘bad hombres’

22 octubre 2017
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Veintidós años después, Pixar vio al sur. El estudio de animación, comprado en 2006 por el gigante Walt Disney, ha cautivado a las audiencias durante dos décadas con historias sobre la vida interior de los juguetes, los problemas laborales de los monstruos de las pesadillas y las inquietudes existenciales de los robots en el espacio. Diecinueve películas después, incluso después de explicar la maravilla de la mente humana, los cineastas y ejecutivos estadounidenses apuestan ahora por explorar un desconocido que ha estado ahí todo este tiempo: México.

El Festival de cine de Morelia inauguró su XV edición con Coco, el homenaje que Disney y Pixar hacen a las tradiciones mexicanas. La cinta cuenta la historia de Miguel Rivera, un niño que crece en una familia de zapateras que ha prohibido la música por los rencores de una amarga historia amorosa. En la clandestinidad, Miguel toca la guitarra frente a una televisión en la que escucha una y otra vez las canciones de Ernesto de la Cruz, un popular y admirado cantante de música vernácula. En el día de muertos Miguel tiene la oportunidad de mostrar a su abuela su pasión por la música. Antes tendrá que vivir una aventura de una noche en el mundo de los muertos para aprender la importancia de la familia.

El proyecto arrancó hace seis años y medio después del éxito de Toy Story 3. “Nos vino a la cabeza el interés de hacer algo relacionado con día de muertos. Supe que había potencial para hacer algo especial para los mexicanos. Que fuera apreciado en todo el mundo, pero especialmente en México. Era una oportunidad para devolverle algo a México, para agradecerle todo el amor que han dado a las películas que hemos hecho en Pixar”, dice a EL PAÍS Lee Unkrich, el director de la cinta junto a Adrián Molina, un californiano de ascendencia mexicana.

En tiempos de los bad hombres de Trump, Coco se convierte en una herramienta de relaciones públicas que pretende mostrar que lo mexicano no tiene una carga negativa. Es una cinta que se empeña en mostrar las coincidencias en tiempos donde Washington se empeña en dividir. “Hay cosas y valores universales. Son más cosas las que tenemos en común que las que no. Espero que eso se pueda mostrar con Coco”, confiesa a EL PAÍS la productora de la cinta, Darla Anderson.

Cuando Disney y Pixar tomaron la decisión de sacar adelante el proyecto, una gran maquinaria comenzó a moverse. Unkrich y Molina iniciaron una extensa investigación de ambición antropológica sobre la cultura mexicana que arrancó en los pueblos de la zona lacustre de Michoacán, Pátzcuaro y Janitzio. Allí entraron a las casas de familias mexicanas para ver cómo conmemoraban el dos de noviembre. También viajaron a Guanajuato y Oaxaca, donde extendieron sus conocimientos culinarios. En esta ciudad aprendieron que existen varios tipos de mole.

El resultado en pantalla es una sobredosis de folclore. Todo lo que un turista aprenda en unos días en México está en Coco. Hay alebrijes, xoloitzcuintles, papel picado, pirámides, flores de cempasúchil, tamales y drama de telenovelas, con sollozos incluidos. Pero la envergadura de la investigación de Pixar se percibe en una segunda capa, más lejana de la superficialidad de los lugares comunes. Son guiños a detalles intrínsecos de lo mexicano: el matriarcado en una sociedad machista, la violencia que puede desatar una chancla y lo risible que puede ser para los locales la imagen de Frida Kahlo, idolatrada en el extranjero.

“Hay algunos chistes que gente en otras partes del mundo no va a entender. Y está bien. Vivimos en un mundo muy grande. No creo que la gente solo deba ver películas sobre sus culturas. He visto películas de otras culturas que aprecio y entiendo. Así se aprende de los otros. Y creo que algo así puede suceder con Coco”, explica Unkrich.

Información de: El País

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