LA CRISIS DEL PRI DE COAHUILA RUBÉN OLVERA MARINES

1 septiembre 2017
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 “El PRI da más de lo que recibe”. Con esta frase, un gran amigo resumió a la perfección la crisis que vive el otrora invencible Partido Revolucionario Institucional de Coahuila (lo mismo aplica para el PRI nacional, hoy ubicado en el tercer lugar de las preferencias).

Mi amigo, siempre agudo en sus análisis, describió el sentido de la frase alegando que a los operadores del PRI (comandados en su mayoría por Álvaro Moreira) cada vez les cuesta más trabajo convertir en votos los apoyos que, previo y durante las elecciones, reparten entre su estructura. Es posible, me dice, que de cada diez votantes que reciben un “apoyo” individual (piensa en un complemento para la alacena o en un recipiente hidráulico para el hogar), al menos tres no acuden a votar o lo hacen por otro partido.

“Eso no sucedía con Humberto Moreira”, escuché de un priista lagunero acongojado porque en Torreón su partido perdió la alcaldía y los cuatro distritos.

Tiene sentido. El más litigado de los Moreira llevó al PRI a la cúspide de la política coahuilense. En cambio, su legado, entregará un PRI en la antesala de terapia intensiva: muy cerca de perder la gubernatura en las urnas; por primera vez el PRI no tendrá mayoría en el Congreso del Estado; y, en Torreón, la tierra de Miguel Riquelme, el PRI sufrió una de las peores derrotas que se recuerde.

De hecho, muchos priistas se preguntan cómo es que a pesar del vendaval, la presidenta del PRI, Verónica Martínez, continúa al frente. La crisis se agudiza, y “ya vienen las federales y municipales”, susurran preocupados.

Pero no son los más de 200 mil votos que el PRI de Coahuila derrochó en seis años, lo que refleja el trance en el que se encuentra. El colofón de la trama priista de los últimos dos sexenios, es el considerable nivel de rechazo y de desconfianza que los votantes muestran ante las candidaturas y acciones del PRI. Pocas cosas de las que hace el PRI, ya sea como partido o como gobierno, cuentan, como en antaño, con la aprobación social. Frente al complejo escenario, para muchos fue un auténtico milagro que el PRI haya retenido la gubernatura y recuperado Saltillo.

Pronto se dejará de hablar de los Moreira, y la crisis del PRI seguirá ahí. Porque si a la presunción de que a pesar del enorme despliegue de apoyos que el PRI otorga previo y durante las elecciones, sus propios “clientes” les dan la espalda, la encuadramos en un escenario en donde el PRI coahuilense no atrae votos de ciudadanos distintos a su estructura, conformada por funcionarios, beneficiarios de programas sociales, burócratas y todo aquel votante que recibe un beneficio individual, entonces el PRI no está a punto de entrar a terapia intensiva, ya está dentro y con una serie de extraños cables conectados a su cuerpo.

¿Existe el remedio para reanimar al PRI de Coahuila? En una tertulia reciente, se planteó cierta posibilidad, la cual implicaría una profunda transformación en las formas de hacer política y, sobre todo, en quienes la hacen. El tónico se conforma por dos ingredientes: transformar al PRI de una máquina clientelar, que otorga benéficos individuales a cambio del voto, a un organismo profesional que ofrezca y garantice beneficios colectivos (empleo, desarrollo, seguridad, etc.). Cosa que podría lograr cuando evolucione de un partido que medio llena las alacenas, a un organismo de ideas, que apele a un electorado más amplio que su estructura.

Sin embargo, las ideas las crean y ejecutan las personas. De ahí que el segundo ingrediente del tónico milagroso se compone de un activo denominado “relevo generacional”. Porque −dicen los propios priistas− “la actual generación dejó de luchar por causas colectivas y sociales, a cambio de eternizar una batalla por los privilegios”.

En efecto, ¿quién pude afirmar que el actual PRI de Coahuila defiende a los trabajadores, al ejido, a los jóvenes o a la empresa social? ¿Acaso estamos ante un partido que perdió la brújula revolucionaria?

Curiosamente, los viejos priistas siembran sus esperanzas en un joven saltillense. Dicen, quienes lo conocen, que representa el cambio. Recientemente aprobó con honores el examen de las urnas. Viene para él lo difícil: gobernar.

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