La Vending Machine

8 enero 2017
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martinez twitterLa Vending Machine

Hace tiempo, en un ensayo de Tim O’Reilly, autor del concepto Web 2.0 y pionero en los movimientos de software libre y código abierto, leí una analogía que llamó poderosamente mi atención: el gobierno es como una “vending machine”.

Una vending machine es, traducida al castellano, una máquina expendedora. Son muy populares en nuestro país desde hace años. Están prácticamente en todos los lugares con aglomeraciones humanas y ofrecen productos variados como refrescos, botanas y golosinas.

De manera simplista, pero no sin razón, O´Reilly afirma que el gobierno es una especie de vending machine en la que depositamos nuestro dinero y, a cambio, esperamos recibir ciertos bienes y servicios, como calles, carreteras, seguridad y salud, entre otros.

En el gobierno, como en las vending machines, la oferta de productos es limitada y el menú de opciones no siempre satisface la totalidad de los deseos de los consumidores, con perfiles y preferencias muy disímbolos.

Cuando la máquina no nos da lo que queremos, o cuando existe esa percepción, protestamos. Y esa protesta no siempre queda en epítetos altisonantes y reclamos severos al aparato despachador; a veces sube de tono y se convierte en una severa sacudida a la máquina.

El ciudadano agita la vending machine con la esperanza de que el armatoste le entregue el anhelado producto por el que ya pagó. Hasta ahí todo bien. La inconformidad es válida y la zarandeada legítima.

El problema se gesta cuando el individuo arremete violentamente contra la máquina para canalizar su enojo y frustración, y se agudiza cuando comienza a vandalizarla, incluyendo todo lo que la rodea aunque no haya vela en el entierro de por medio.

Los actos de barbarie en una sociedad racional dañan nuestra imagen, nuestras instituciones, y sobre todo, nos dañan a nosotros mismos. Se vale estar en desacuerdo con el tipo y calidad de los productos ofrecidos, de eso se tratan las democracias. Pero existen conductos, legales y eficientes, para manifestarlo.

Lo que es imperdonable es pretender destruir esa máquina, única e insustituible, que cambia de administrador cada seis años. Es la vending machine que, fallas aparte, proveerá a nuestros hijos el día de mañana.

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