El tesoro perdido: Por Enrique Martínez y Morales

14 diciembre 2015
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martinez twitterEl tesoro perdido

“¡Gran noticia!: ¡Encontramos el Galeón San José!” Con ese tuit el Presidente de Colombia agitó las aguas internacionales de la avaricia y revivió el espíritu aventurero de quienes acarician la ilusión de encontrar un tesoro perdido para alcanzar sus sueños, al estilo de Edmundo Dantés en “El Conde de Montecristo”.

Se dice que las riquezas contenidas en ese barco, hundido a cañonazos en aguas colombinas tres siglos atrás por un buque inglés, son “el mayor tesoro de la humanidad”. Nadie puede dar un número exacto. Los más optimistas sitúan su valor por encima de los 15 mil millones de dólares, equivalentes a casi una cuarta parte del presupuesto colombiano anual.

¿Son hallazgos como éste realmente bendiciones para una nación? ¿Qué le pasará a la economía colombiana una vez que las monedas sean rescatadas del fondo del mar? Suponiendo, sin conceder, que el gobierno colombiano logre su cometido, ya que otros países y empresas han reclamado también su propiedad, pueden preverse varios escenarios.

Si el tesoro se destinase íntegramente a ser exhibido en un museo, la economía no se alteraría en absoluto. El metal y las piedras preciosas sólo se mueven de lugar: del fondo del océano a una vitrina.

Pero si los doblones se utilizaran como moneda de curso legal, se incrementaría la masa monetaria sin sustento en la productividad ni en la producción, disparándose inexorablemente la inflación. Afortunadamente, esta posibilidad es cercana a cero.

Para que dicha riqueza pueda utilizarse, debe convertirse a pesos colombianos mediante su venta. Ya con el dinero en sus arcas, el gobierno podría utilizarlo para apuntalar objetivos de política económica y social. La efectividad del uso de los recursos dependerá de la eficiencia y la transparencia en la ejecución del gasto, pero sobre todo, de quién compre el botín.

Si los adquirientes fueran connacionales, el impacto en el PIB sería nulo. Me explico: Los recursos de la iniciativa privada para sufragar la compra del tesoro que hubiesen sido destinados a la inversión o al consumo mediante el reparto de utilidades, pasarían a la hacienda pública como si de un incremento en la recaudación fiscal se tratara, con todas las distorsiones económicas que esto genera.

En cambio, si los compradores fuesen extranjeros, el flujo de recursos se asemejaría a un ingreso por venta de crudo como consecuencia del descubrimiento repentino de ricos yacimientos en aguas someras. Sería ésta la única alternativa que impactaría positivamente en el crecimiento económico de Colombia.

Más allá del misticismo que envuelve al caso, desenterrar tesoros millonarios no resuelve problemas, ni genera cadenas de valor ni favorece a la productividad; al contrario, puede anclarnos al subdesarrollo como les ha pasado a las naciones que han basado su estrategia de crecimiento en la explotación de materias primas.

Moraleja: Dejémonos de utopías y sueños guajiros. No hay mejor tesoro que la educación y el trabajo.

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